viernes, noviembre 09, 2007

Hombres puérperos

Nacen en el momento de parto. Desorientados, son introducidos en una especie de box o canil en donde se encuentran con otros de su condición, la partera los deja allí y les advierte que ingresarán al recinto en que se encuentra su mujer en el momento indicado, es decir, cuando esta se encuentre a minutos de parir (sea de la forma que sea).
Los encajan en una bata, gorro y les cubren los pies con material esterilizado. A la voz de aura los conducen a lugar en donde se celebra (por decirlo de alguna manera formal) el nacimiento. Una vez que el niño entró al mundo real lo acompañan por una serie de experimentos de prueba de vida: evaluación de reflejos, baño, tubos por orificios, etc, para, una vez finalizados los procedimientos, obtener al bebé envueltito e hinchado. Entran con cara de “nunca me recuperaré de ésta” mezclada con “happy birthday to you” y un poco de “¿y ahora qué?” y nos muestran nuevamente al niño.
Pasado el ajetreo inicial e intentando historizar algo de lo vivido les preguntaremos… y no recordarán nada…La mente en blanco es indicador del shock que se ha esparcido a modo de trauma en el aparato psíquico masculino.

En un margen de dos días tendrán que aprender a limpiar un culo, asear el cordón, deslindar llanto de sueño o hambre, ser testigos de que otro cuello sea besado de forma insistente en su presencia, lo que quizás implique, quedar fuera de la ecuación por un tiempo, la matemática nunca fue perfecta (a mi forma de ver, los números primos son una prueba fehaciente de ello). Deberán reencontrarse con una mujer que posiblemente no será la misma, cuyo cuerpo y psiquis no ha cesado de modificarse, cuyas tetas: la herramienta favorita de otro/a.
Pero los hombres puérperos tienen otras herramientas también: los celos. Una alumna me contaba que estuvo a punto de divorciarse cuando su marido le insistió que era el bebé quien debía adaptarse a sus horarios… Y hay más :

Los sobre-informados

Algunos otros se esforzarán en hacer todo perfecto. Recuerdo en una fiesta infantil no hace mucho, haber visto al padre de una niña de tres meses: orgulloso, en un verano de cuarenta grados, cargaba una mantita de lana rosa, impoluta, doblada sobre su hombro.
Dentro de la liga de los perfeccionistas los estudiosos son los peores…Porque existe Internet. Leen cuanto pasquín se les cruce frente a la nariz en el monitor. Entonces vienen todos los días con ideas contradictorias sobre cómo administrar la primera papilla, explican apasionados la teoría del “continuum” y cómo ¡las mujeres africanas cargan a sus hijos continuamente y éstos no lloran nunca! (claro, las mujeres africanas no tienen hijos que pesen más de nueve kilos...)
Los sobre informados operan desde el cansancio, como la gota que horada la piedra siempre tienen algún tip…que desborda el vaso. Mientras bañamos al niño sostienen con seguridad científica “dicen que hay que bañarlos cinco minutos antes de que eructen, eso es bueno para la digestión del tercer tracto del esófago…”

Los T.O.C o Superyóicos

En un asado una amiga me mostró apenada sus manos en carne viva, su hombre puérpero se había obsesionado con los gérmenes y bacterias asesinas, por lo que tenía que usar un jabón líquido especial (especialmente contraindicado por dermatólogos) que mata todo, hasta la tersura. Estos exponentes compran detergentes y purificadores de aire. No hay filtro de agua que resista su perspicaz escrutinio. Miran con fiereza cuando osamos posar los labios sobre la cuchara de su descendencia, claro, han investigado y las caries ¡Son contagiosas! Compran todo tipo de gel de alcohol pero tienen una marca favorita: la más cara.
Si quieren divertirse gratis los verán paseando emebelesados por las góndolas de farmacity buscando alguna nueva golosina antibacterial


Los negadores

No tardarán en ubicar a estos especimenes. Cuando concurran a un boliche dirijan la mirada al centro de la pista, son los que bailan desenfrenados como si fueran seguidores de las terapias del último día de vida. Nada ha pasado aquí, dirán mientras salen de juerga y sus mujeres quedan con el vientre fláccido, despeinadas y con el retoño en brazos. Los negadores no conocen límite alguno, son capaces de invitar a un grupo heavy metal para que toque al lado de la cuna a cambio de mantener el satus quo.
Hay versiones más suavizadas de esta clase. Aquellos que se niegan a cambiar su rutina anterior y la sostienen a muerte o luchan por recuperarla a la voz de “El lunes comienzo el gimnasio”

Los agremiados

Se reúnen entre sí a lamerse las heridas. Cuentan de a poco los días, horas y minutos que llevan sin actividad sexual de ningún tipo. Mientras se autocompadecen sostienen una curiosa teoría: aquella mujer que fue madre perdió para siempre el estatuto de mujer, para ellos son categorías claramente autoexcluyentes.
Recomiendan seriamente no casarse y mucho menos procrear. Bajo un manto de duda guardan la secreta sospecha de haber sido conducidos hacia el matrimonio engañados con el solo objeto de obtener una gota de su valioso semen. Se sienten estafados y a todo amigo soltero que encuentran aconsejan con fervor sobre la vida sin ataduras ni compromisos.

Los Feminizados

Si pudieran comprarían el seno ficticio que usa De Niro en Los Fockers II. Como no pueden, rompen la bolas. Les indican a sus mujeres cuándo, dónde y cómo dar la teta. Adoran cocinar papilla a rolete y luego frizarla con el esmero de un chef. Aprenden rápido y contentos, son los que hacen más preguntas en el curso pre-parto. Empiezan comprando una cuna para luego elegir todo el ajuar hasta los quince años. Sus mujeres asisten consternadas a estos gestos pensando que son sólo manifestaciones inocentes de una etapa que pasará.

Los Deserotizados

Vendrían a ser Los agremiados que se cansan de quejarse y toman cartas en el asunto, es decir: Aquellos que a la voz de “Ella me abandonó” o “Ella dejó de atenderme” se buscan otra que concentre toda su carga libidinal. En el mejor de los casos, la nueva en cuestión, tiene niños que ya hace rato dejaron de chuparse el dedo y en el peor son aquellas que simulan una vida libre y despreocupada, y que, de tanta libertad y despreocupación quedan embarazadísimas al primer hervor. Los deserotizados vuelven a caer, pero ya, con experiencia en su haber.
A estos exponentes puérperos los pueden divisar los sábados a la mañana en los shoppings, con cara desangelada pasean el cochecito que contiene al flamante lactante ( y por qué no, mellizos) mientras sus nuevas mujeres hacen los que las viejas jamás pudieron: cavado, axila y pierna entera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

'ta bien, pero...leiste el continuum concept?

Diego dijo...

Escribí esto hace muuuuucho tiempo... creo que le da otra óptica (más masculina, of course) a tu teoría:

"El instinto materno es parte de una sabiduría popular indiscutible. El instinto paterno, en cambio, es una dudosa melange de ideas y sentimientos. Y de miedos. Sobre todo de miedos.

Es más común de lo que parece en los matrimonios recién casados que el macho quiera tener cría en forma inmediata y la hembra se oponga. En la gatera de la vida conyugal, la esposa -que aún se siente novia- no quiere saber ni mierda con esa crueldad de traer hijos al mundo. Es pro-control-de-la-natalidad y habla con una naturalidad absoluta de diafragmas, pastillas anticonceptivas, ligaduras de trompas e inclusive hasta de condones y vasectomías. A los hombres los aterra, además de embroncarlos, no sólo que sus damas no quieran propagar la especie y el noble apellido familiar, sino que además se inclinen casi siempre por el consabido forrito, económico pero incómodo, práctico pero antierótico.

Pero, de una u otra manera, por voluntad, descuido, accidente o negligencia, suele suceder que los esposos acaban por embarazar a sus esposas. Sin embargo, cuando la noticia se confirma con las tres patéticas palabras, “querido, estoy embarazada”, sendas tempestades se desatan en los marotes de los cónyuges y ambos -rápida y radicalmente- cambian de idea.

A la mujer, la misma que defendía su dispositivo intrauterino con uñas y dientes, se le suben las hormonas a la cabeza y de golpe pregona que ser mamá es lo que siempre quiso. Ama a su hijo desde el primer segundo aunque este no sea más que una cigota bicelular no muy distinta de un chancho o un murciélago de la misma edad gestacional. De golpe y porrazo, la vampiresa que temía que un embarazo le agrandara el culo, le desdibujara y le hiciera caer las tetas hasta la altura del ombligo se convierte en una matrona.

El efecto exactamente inverso se produce en los machos de la especie. Ellos, que querían tener suficientes hijos como para poblar la Patagonia, o al menos como para formar su propio equipo de fútbol, cuando se estrolan con la realidad del embarazo, se pregunta, agarrándose la cabeza y mirando al cielo: ¿y ahora qué?

Si bien el hombre tiene la ventaja de no sufrir desajustes hormonales durante el período de gravidez de su chica, una maquinaria de ideas extravagantes e incoherentes empieza a funcionar en su cerebrito. El tipo cuya mayor preocupación hasta el momento era la ubicación de Barracas Central en la tabla de posiciones comienza a hacerse demasiadas preguntas. ¿Estoy preparado para esto? ¿Podré ser un padre responsable? ¿Cómo voy a alimentar un crío con este sueldo de miseria? Entonces, el gran macho reproductor descubre que lo que tiene de reproductor no lo tiene de macho. Se asusta. Se caga en las patas ante este fenómeno biológico que no termina de entender y descubre que su deseo de ser padre era un producto de la ignorancia.

Para empeorar las cosas, con el correr de los meses, la mujer se pone gorda, fea, sensiblera, antojosa e histérica. El pobre homo-embarazadus descubre además que eso de que las mujeres encinta pasan por tremendas calenturas es un mito. La futura madre se convierte en un bicho asexuado; en algo así como un paramecio malhumorado. La hechicera se convierte en una bruja. Un futuro padre que va por el séptimo mes de embarazo es distinguible a simple vista: su estado es lamentable.

Pero, como siempre que llovió paró, el embarazo llega a su fin y algunos hasta tienen la suerte de tener cachorros sietemesinos. Inmediatamente después del parto, un nuevo remolino de instintos y sentimientos se apodera de la pareja. Los roles se vuelven a invertir.

Ella, que estaba feliz con su panza, se siente vacía; siente que le falta algo; extraña estar preñada. La mujer en plena depresión post-parto es una mujer abatida, como mutilada. La paternidad recién estrenada, sin embargo, brilla. El hombre que acaba de ser padre reparte sonrisas, abrazos y habanos. Se derrite de felicidad la primera vez que tiene a su hijo en brazos, porque ahora -que el chaboncito está del lado de afuera y él puede participar- la nueva vida se vuelve real. Ya no es una panza hinchada y un estado de ánimo errático en su hembra. Es un ser humano a escala. Uno de verdad. Uno que lleva el cincuenta porciento de su carga genética y que hasta tiene la nariz del tío Alfredo.

El hombre que tiene a su hijo en brazos por primera vez aprende en unos pocos segundos a ver el mundo de otra manera. De hecho, se ilumina. Se da cuenta de que lo único importante es su vástago. Un hombre capaz de abrazar a su hijo y emocionarse es un hombre capaz de cagarse en todo. Ahora, hay algo mucho más importante de qué ocuparse.

Luego vendrá la recuperación física y emocional de la pareja y la crianza del recién nacido.

Pero esa es otra historia"

Fragmento de la novela "El pez por la boca muere", Capítulo VII (epplbm.blogspot.com)