Creo que todo comenzó cuando decidimos tomarnos vacaciones en marzo. La epifanía gerontofóbica pareció esbozarse una tarde caminando por el centro de una adormecida ciudad costera. Hasta que fue imposible continuar. Una manada de hombres y mujeres de más de setenta años que bajaba de un micro obstaculizó abruptamente el paso y nos convidó con el arte de la contemplación. El senil viaje de egresados contaba con especimenes variados que, en la locuacidad e ímpetu de pisar tierra firme ilesos, no notaron que la gente se acumulaba para lograr pasar al otro lado, mientras desfilaban por la vereda luciendo orgullosos cráneos lustrados, vientres cosecha 1930 y zapatillas impolutas listas para correr la multitudinaria carrera contra el reloj de arena.
Homero jamás hubiera imaginado esta escena cuando se le dio por escribir sus poemas. La consigna del mundo antiguo era “Live fast, die young”, los treinta eran los ochenta de hoy, y esa diferencia no es sin consecuencias. A mayor tiempo robado a la naturaleza, mayores son las problemáticas.
Más tarde tuvimos que abrirnos paso en playas atestadas por estos ejemplares que posaban para las fotos colectivas en aquellas posiciones que el Kamasutra octogenario admite: mate contemplando la costa, caminata senior junto al mar, ballena sobre la arena, etc.
Pero no concluiría aquí. Ya en mi ciudad, por razones que no vienen al caso
En una memorable tarde en la que se definió la gestación del Monstruo reposaba plácida junto a Dr. Love en la sala de espera de una clínica. En el sillón vecino la imagen fue sentencia: una mujer de inconmovible acento ruso, más de setenta y cinco años y labial bermellón intacto letanizaba a su dama de compañía “–Clarrrita esssto esss incrreíble, teneg que espegag los gresultados, los negrvios, los médicos…-“ Unos minutos después, ya de pie, sentí un aliento cansino sobre la nuca, al girar, mi nariz chocó contra la de otro geronte: mandíbula balcón y cuatro pelos intentando dar los 360 grados de negación de rutina sobre la coronilla. Le comenté al pasar a Dr. Love cómo la gente ha perdido la proxémica y el registro del cuerpo del otro se ha vuelto un ejercicio demodé. Pero él respondió subiendo la apuesta“–Y yo odio a los viejos… se quejan, se quejan…¡¿Cuánto más pretenden vivir?!..." Esto soltado con vehemencia mientras transitábamos un pasillo y otra exponente de ese grupo etario me clavaba los ojos como garras. Dr. Love se había cansado de la perorata de la rusa, que apenas respiraba para emitir el lamento gerontoniano. Pero otra imagen se interpuso: La de una chica en silla de ruedas, con suero, acompañada por su madre y un enfermero entablando un diálogo familiar.
En ese mismo minuto El Monstruo incitó algo parecido a la necesidad de salir a patear bastones. Para colmo, sólo por el mero acto de provocación, a la salida de la amansadera médica, nuestro paso enérgico colisionó con la lentitud de un octogenario y su esposa, un matrix senil: esquivarlos en cámara muy, muy lenta.
Tanto congreso de gerontología, tantos profesionales autoproclamándose de la tercera edad, perdón, expertos en tercera edad, tanta cháchara sobre “la población vulnerable” ¿Vulnerables quienes? ¿Los que llegaron a los ochenta? Entre nosotros, es nuevo esto de ser vulnerable habiendo transitado semejante trecho de vida, sí podría acordar en que ese aliento vital es vulnerable a ser finiquitado en cualquier momento por la mano de la naturaleza, salvo que un combo de antioxidantes, hipotensores, calcio, vitaminas y otros inhibidores, la detengan.
Y así, el pequeño Monstruo comenzó a alimentarse.
Revisemos. El comentario más mordáz proviene de sus bocas, escuchado al infinito: “Ya vas a llegar vos también” como fin de toda conversación e inicio de la angustia inexorable, como respuesta a una enunciación o simplemente como la cereza de la torta, pasaje obligado o una venganza del porvenir “Tomá, vos vas a ser como yo, there´s no way out, baby”. ¿Y la crítica panteísta? “Todo está muy mal” “Los jóvenes esto, aquello y lo de más allá…¡No hay valores!” acompañada por una complacencia y quietud casi inverosímiles ¿La consecuencia final de haber vivido cincuenta años más es únicamente la crítica? Pasar los sesenta ¿otorga la posibilidad de no sentirse un agente de cambio? ¿Se esfuma la responsabilidad creadora al soplar un decenio de velitas más? ¿Ser artífice de una pequeña porción de mundo tiene fecha de caducidad coincidente con la edad jubilatoria? ¿Alguien ha visto algún movimiento ideológico de gerontes? Y si existiera dicho loable emprendimiento ¿qué características imaginan ustedes que tendría?
El Monstruo no puede dejar de crecer.
Abro el diario y la primera nota es sobre un político de ochenta y ocho años que pretende sumar a sus treinta y cuatro años de poder, unos más, descalificando a sus oponentes (obviamente, más jóvenes) diciendo que él es “El” maestro y que resulta una “falta de respeto” por parte de “los alumnos” enfrentar “al maestro” en los próximos comicios electorales. ¿Creen ustedes que quizás este señor alguna vez haya tenido la osadía de posar sus pequeños ojos en otra cosa que no fueran los recuerdos empolvados de una política olvidada de su vitrina y ubicarlos al menos en algún pasquín pasado de moda donde dice que parte de ser “maestro” es aceptar y permitir que en algún momento el alumno tenga una posibilidad de superarlo como consecuencia lógica de ese proceso dialéctico? ¿Acaso el maestro octogenario debe morir para que el alumno ocupe ese lugar? No, porque cuando muere el maestro octogenario hay otros, muchos, maestros longevos, que ya se venían disputando las sobras.
Amigos, si algo comenzó a susurrarme obscenas teorías es este Monstruo Gerontofóbico, y entre las propuestas aciagas una se alzaba a viva voz: los días de vida deberían venir con garantía y esa garantía, indefectiblemente, debería poseer fecha de caducidad, de vencimiento. Vence la luz, el agua, el gas, el teléfono ¿Quién quiere pagarlos durante noventa años? Un cartelito simple, en letras itálicas, entregado con la partida de nacimiento, firmado y sellado por el administrativo de turno, quizás con la frase “El señor X gozará de vida saludable hasta tal año, a partir de aquí, la garantía vence y no nos hacemos responsables por reclamos. Atravesada dicha barrera espacio-tiempo el Sr. X no debe reclamar más”. Claro, ahora entiendo… porque el reclamo, la queja, seguramente debe ser el motor de esa sobrevida, “el que no llora no mama” …Pero el que no le afana años a la vida no es un gil, no, es alguien que posiblemente se haya ido contento y cantando bajito, quizás son personas que pueden hacer qué se yo, un balance, una valoración del pasado, dejar legado….
¿Qué otra alternativa queda? Bueno, desfilan por mis ojos varias posibilidades, mi suegro, César, con ochenta recién cumplidos, por ejemplo. Se jubiló joven y se ajustó a una rutina apaciguada luego de declarar en repetidas oportunidades que “estos años son de yapa”, el tipo sabe disfrutar del extra, para el César lo que es del César, entonces. En cambio mi abuela, de casi noventa, optó por explorar la variedad. En su juventud y mediana edad: una bruja impune y autoritaria, ahora una viejita edulcorada y risueña. Pudo adaptarse, de lo contrario ¿Se imaginan casi noventa años de concha afligida?
Y todos estos ejemplos le dieron una pista al monstruo Convivir cuarenta años de más con uno mismo ¿no es extenuante? Digo cuarenta porque la mediana edad supondría un cúmulo de experiencias que conformarían una personalidad definida….
Si persiste el deseo de renovar o extender esa garantía, de existir dicha codiciada posibilidad ¿Acaso no debería producirse en consecuencia de ese usufructo saludable una mutación, cambio, progresión, evolución?
Quizás la culpa sea de la jubilación ¿Quién habrá sido el que estableció que uno debe retirarse del trabajo y de la vida? ¿Acaso no se condena al otro a ser sólo un espectador y no un artesano? ¿No se le impone subrepticiamente a ser un televidente de mirada sumamente crítica y obsoleta dispuesto a colapsar salas de espera, sistemas de salud y hasta económicos (como un futuro cercano vaticina)? Además, con sólo revisar el sistema legal alimentamos aún más al monstruo que ya, a esta altura, es enorme: Parece que a partir de los setenta años, una persona es medio como inimputable ¿Pero por qué cuernos? Parece que a partir de los setenta el dictador más amargo puede recrear en la mirada del otro al viejito más adorable, el abuelito de Heidi elevado a la enésima potencia, puede producirse un brillo enternecedor en sus ojos, los bigotes atenazados y displicentes del pasado logran transformarse en su vejez en el bello marco canoso de un rostro dulcificado. Las arrugas del otro son el miedo a la muerte del uno. ¿Por qué la justicia debe desaparecer a partir de los setenta? Quizás esas leyes hayan sido creadas en un estado zen, por yoguies que proyectaron su vejez sobre otros y no pudieron dividirse, abstenerse, tomar distancia o…quizás muchos pensaron, por ejemplo “¡Já!, suficiente castigo es la vejéz ¡tomá!” Suficiente castigo… ¿para quién?
El Monstruo ya es un adulto, un Señor Monstruo y además, hace preguntas ¿Qué mal puede haber hecho un viejecito de bigotes y mate en mano que toma los primeros rayos UV de la mañana en su terraza? ¿Qué desastres y oscuros devaneos pudieron crearse en la mente de la dulce anciana que posa recelosa su canastita en la caja del supermercado?
Al día siguiente volvimos al centro de salud y en la guardia, una embarazada respiraba casi gritando, de pie y rodeada por su madre que le abanicaba los cachetes rojos de hacer fuerza, su marido que la sostenía y otra persona que no logré identificar. A continuación pasamos a la sala de espera nuevamente atestada por la tercera edad. Dos habitaciones; dos puntas de la realidad, dos miradas; dos forúnculos en el culo del mundo. Mientras unos señores piensan en cómo cuernos prolongar aún más los años, y repiten el fastuoso y mentiroso mantra de la calidad de vida, la naturaleza se les caga de risa en la cara; la vida uterina sigue siendo un misterio apenas al atisbo de contados procedimientos y el rito continúa con la ridícula impronta bíblica: “parirás con dolor… y en el medio de una clínica de alta complejidad”.
* Al lector que logre transitar todo este texto se le otorgarán tres años más de garantía extendida “full sobrevida”, pero aclaro: no me hago responsable de las consecuencias.
Homero jamás hubiera imaginado esta escena cuando se le dio por escribir sus poemas. La consigna del mundo antiguo era “Live fast, die young”, los treinta eran los ochenta de hoy, y esa diferencia no es sin consecuencias. A mayor tiempo robado a la naturaleza, mayores son las problemáticas.
Más tarde tuvimos que abrirnos paso en playas atestadas por estos ejemplares que posaban para las fotos colectivas en aquellas posiciones que el Kamasutra octogenario admite: mate contemplando la costa, caminata senior junto al mar, ballena sobre la arena, etc.
Pero no concluiría aquí. Ya en mi ciudad, por razones que no vienen al caso
En una memorable tarde en la que se definió la gestación del Monstruo reposaba plácida junto a Dr. Love en la sala de espera de una clínica. En el sillón vecino la imagen fue sentencia: una mujer de inconmovible acento ruso, más de setenta y cinco años y labial bermellón intacto letanizaba a su dama de compañía “–Clarrrita esssto esss incrreíble, teneg que espegag los gresultados, los negrvios, los médicos…-“ Unos minutos después, ya de pie, sentí un aliento cansino sobre la nuca, al girar, mi nariz chocó contra la de otro geronte: mandíbula balcón y cuatro pelos intentando dar los 360 grados de negación de rutina sobre la coronilla. Le comenté al pasar a Dr. Love cómo la gente ha perdido la proxémica y el registro del cuerpo del otro se ha vuelto un ejercicio demodé. Pero él respondió subiendo la apuesta“–Y yo odio a los viejos… se quejan, se quejan…¡¿Cuánto más pretenden vivir?!..." Esto soltado con vehemencia mientras transitábamos un pasillo y otra exponente de ese grupo etario me clavaba los ojos como garras. Dr. Love se había cansado de la perorata de la rusa, que apenas respiraba para emitir el lamento gerontoniano. Pero otra imagen se interpuso: La de una chica en silla de ruedas, con suero, acompañada por su madre y un enfermero entablando un diálogo familiar.
En ese mismo minuto El Monstruo incitó algo parecido a la necesidad de salir a patear bastones. Para colmo, sólo por el mero acto de provocación, a la salida de la amansadera médica, nuestro paso enérgico colisionó con la lentitud de un octogenario y su esposa, un matrix senil: esquivarlos en cámara muy, muy lenta.
Tanto congreso de gerontología, tantos profesionales autoproclamándose de la tercera edad, perdón, expertos en tercera edad, tanta cháchara sobre “la población vulnerable” ¿Vulnerables quienes? ¿Los que llegaron a los ochenta? Entre nosotros, es nuevo esto de ser vulnerable habiendo transitado semejante trecho de vida, sí podría acordar en que ese aliento vital es vulnerable a ser finiquitado en cualquier momento por la mano de la naturaleza, salvo que un combo de antioxidantes, hipotensores, calcio, vitaminas y otros inhibidores, la detengan.
Y así, el pequeño Monstruo comenzó a alimentarse.
Revisemos. El comentario más mordáz proviene de sus bocas, escuchado al infinito: “Ya vas a llegar vos también” como fin de toda conversación e inicio de la angustia inexorable, como respuesta a una enunciación o simplemente como la cereza de la torta, pasaje obligado o una venganza del porvenir “Tomá, vos vas a ser como yo, there´s no way out, baby”. ¿Y la crítica panteísta? “Todo está muy mal” “Los jóvenes esto, aquello y lo de más allá…¡No hay valores!” acompañada por una complacencia y quietud casi inverosímiles ¿La consecuencia final de haber vivido cincuenta años más es únicamente la crítica? Pasar los sesenta ¿otorga la posibilidad de no sentirse un agente de cambio? ¿Se esfuma la responsabilidad creadora al soplar un decenio de velitas más? ¿Ser artífice de una pequeña porción de mundo tiene fecha de caducidad coincidente con la edad jubilatoria? ¿Alguien ha visto algún movimiento ideológico de gerontes? Y si existiera dicho loable emprendimiento ¿qué características imaginan ustedes que tendría?
El Monstruo no puede dejar de crecer.
Abro el diario y la primera nota es sobre un político de ochenta y ocho años que pretende sumar a sus treinta y cuatro años de poder, unos más, descalificando a sus oponentes (obviamente, más jóvenes) diciendo que él es “El” maestro y que resulta una “falta de respeto” por parte de “los alumnos” enfrentar “al maestro” en los próximos comicios electorales. ¿Creen ustedes que quizás este señor alguna vez haya tenido la osadía de posar sus pequeños ojos en otra cosa que no fueran los recuerdos empolvados de una política olvidada de su vitrina y ubicarlos al menos en algún pasquín pasado de moda donde dice que parte de ser “maestro” es aceptar y permitir que en algún momento el alumno tenga una posibilidad de superarlo como consecuencia lógica de ese proceso dialéctico? ¿Acaso el maestro octogenario debe morir para que el alumno ocupe ese lugar? No, porque cuando muere el maestro octogenario hay otros, muchos, maestros longevos, que ya se venían disputando las sobras.
Amigos, si algo comenzó a susurrarme obscenas teorías es este Monstruo Gerontofóbico, y entre las propuestas aciagas una se alzaba a viva voz: los días de vida deberían venir con garantía y esa garantía, indefectiblemente, debería poseer fecha de caducidad, de vencimiento. Vence la luz, el agua, el gas, el teléfono ¿Quién quiere pagarlos durante noventa años? Un cartelito simple, en letras itálicas, entregado con la partida de nacimiento, firmado y sellado por el administrativo de turno, quizás con la frase “El señor X gozará de vida saludable hasta tal año, a partir de aquí, la garantía vence y no nos hacemos responsables por reclamos. Atravesada dicha barrera espacio-tiempo el Sr. X no debe reclamar más”. Claro, ahora entiendo… porque el reclamo, la queja, seguramente debe ser el motor de esa sobrevida, “el que no llora no mama” …Pero el que no le afana años a la vida no es un gil, no, es alguien que posiblemente se haya ido contento y cantando bajito, quizás son personas que pueden hacer qué se yo, un balance, una valoración del pasado, dejar legado….
¿Qué otra alternativa queda? Bueno, desfilan por mis ojos varias posibilidades, mi suegro, César, con ochenta recién cumplidos, por ejemplo. Se jubiló joven y se ajustó a una rutina apaciguada luego de declarar en repetidas oportunidades que “estos años son de yapa”, el tipo sabe disfrutar del extra, para el César lo que es del César, entonces. En cambio mi abuela, de casi noventa, optó por explorar la variedad. En su juventud y mediana edad: una bruja impune y autoritaria, ahora una viejita edulcorada y risueña. Pudo adaptarse, de lo contrario ¿Se imaginan casi noventa años de concha afligida?
Y todos estos ejemplos le dieron una pista al monstruo Convivir cuarenta años de más con uno mismo ¿no es extenuante? Digo cuarenta porque la mediana edad supondría un cúmulo de experiencias que conformarían una personalidad definida….
Si persiste el deseo de renovar o extender esa garantía, de existir dicha codiciada posibilidad ¿Acaso no debería producirse en consecuencia de ese usufructo saludable una mutación, cambio, progresión, evolución?
Quizás la culpa sea de la jubilación ¿Quién habrá sido el que estableció que uno debe retirarse del trabajo y de la vida? ¿Acaso no se condena al otro a ser sólo un espectador y no un artesano? ¿No se le impone subrepticiamente a ser un televidente de mirada sumamente crítica y obsoleta dispuesto a colapsar salas de espera, sistemas de salud y hasta económicos (como un futuro cercano vaticina)? Además, con sólo revisar el sistema legal alimentamos aún más al monstruo que ya, a esta altura, es enorme: Parece que a partir de los setenta años, una persona es medio como inimputable ¿Pero por qué cuernos? Parece que a partir de los setenta el dictador más amargo puede recrear en la mirada del otro al viejito más adorable, el abuelito de Heidi elevado a la enésima potencia, puede producirse un brillo enternecedor en sus ojos, los bigotes atenazados y displicentes del pasado logran transformarse en su vejez en el bello marco canoso de un rostro dulcificado. Las arrugas del otro son el miedo a la muerte del uno. ¿Por qué la justicia debe desaparecer a partir de los setenta? Quizás esas leyes hayan sido creadas en un estado zen, por yoguies que proyectaron su vejez sobre otros y no pudieron dividirse, abstenerse, tomar distancia o…quizás muchos pensaron, por ejemplo “¡Já!, suficiente castigo es la vejéz ¡tomá!” Suficiente castigo… ¿para quién?
El Monstruo ya es un adulto, un Señor Monstruo y además, hace preguntas ¿Qué mal puede haber hecho un viejecito de bigotes y mate en mano que toma los primeros rayos UV de la mañana en su terraza? ¿Qué desastres y oscuros devaneos pudieron crearse en la mente de la dulce anciana que posa recelosa su canastita en la caja del supermercado?
Al día siguiente volvimos al centro de salud y en la guardia, una embarazada respiraba casi gritando, de pie y rodeada por su madre que le abanicaba los cachetes rojos de hacer fuerza, su marido que la sostenía y otra persona que no logré identificar. A continuación pasamos a la sala de espera nuevamente atestada por la tercera edad. Dos habitaciones; dos puntas de la realidad, dos miradas; dos forúnculos en el culo del mundo. Mientras unos señores piensan en cómo cuernos prolongar aún más los años, y repiten el fastuoso y mentiroso mantra de la calidad de vida, la naturaleza se les caga de risa en la cara; la vida uterina sigue siendo un misterio apenas al atisbo de contados procedimientos y el rito continúa con la ridícula impronta bíblica: “parirás con dolor… y en el medio de una clínica de alta complejidad”.
* Al lector que logre transitar todo este texto se le otorgarán tres años más de garantía extendida “full sobrevida”, pero aclaro: no me hago responsable de las consecuencias.
6 comentarios:
Gané!
Gané!
Gané?
Anyway, parece que me hice acreedora a tres meses más.
Y bueh, acá no se desprecia nada que venga de arriba.
No estamos en condiciones, vite?
PD: Viejos son los trapos! Gritaron mis viejos, septuagenarios ambos,al unísono y hoy mismito partieron, durante un mes, a China, Tailandia y Malasia.
Chupate esa mandarina, Mostro Gerontofóbico!!
excelente! recien llege hoy a este blog..ya ni me acuerdo como...y me encanto lo que lei...me hizo recordar a una amiga un tanto gerontofobica que tengo.... :P
saludos...y seguire leyendo a ver que mas encuentro...
DW
Como compatibilizar la gerontofobia (que en parte comparto) con la certeza de que bien o mal uno va hacia allí? Eso me inquieta bastante. Saludos.
Tengo la esperanza de estirar la pata joven, para no convertirme en Abe Simpson :(
Cruella:
Felicitaciones! Manejá los tres meses con cuidado, no me hago responsable!
Dark Writer: Bienvenido!
Ana:
Simplemente no se "compatibiliza" sino que como toda fobia no tratada, cambia de foco: llegar a viejo y ser "pendejofóbico" y así...Besos!
Deg:
Los Simpson, todo un ícono de la gerontofobia, al pobre Abe nunca lo escuchan!
Que lo parió, Don Inodoro, lo que es la sapiencia, mire que fácil que era!!
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