miércoles, junio 28, 2006

Mi segundo amor

Después rodé en mil amores... ¡qué me van a hablar de amor!

Ahora estoy segura de quién fue mi primer amor.
Sí, mi premier amour fue el abuelo José. Una combinación de paseos e historias mágicas, un ardid de dibujos inventados con la cuchara en la sopa, aceptaba ocurrencias de paracaidismo (con el paraguas rojo y desde una medianera, siempre que me sostuviera). Paseos en bici a su club con amigos, muchos. Era el alma de las fiestas, el requerido, aquel que tiene el timming en la dispersión, y aúna.
Cuando llegó el enano, intentó acercarse a él. Le puse los puntos, ni siquiera sostenerlo. Solía decirle a mi abuela "Ojo, que la rusita se enoja, es brava".
Arreglaba conocidas máquinas de escribir. Se le aparecía a su esposa con regalos sorpresivos y le anotaba en una libreta algunas recetas pronunciadas en forma de dictado.
Después, a eso de los seis, llegó mi segundo amor, de esos que sanan y alivian: el viejo. Pero sólo cuando José dejó este mundo, eh, nada de infidelidades.
Amor poderoso. Dicen que las niñas quedamos marcadas a fuego en ese vínculo con el progenitor (o aquellos que podrían cubrir esa función).
La primera vez que lo ví con esos ojos, fue entrando a caballo, un príncipe azul bajito, y me rescató para ir los dos, en el recado de un matungo...
Pronto llegaron los regalos de su reino: la Barbie playera y una bicicleta llamada Anabella.
Los paseos son un requisito inapelable: nos llevaba al club, al cine a ver a los Parchís y a aquellos inolvidables partidos de fútbol en que se disputaba la redonda con otros padres. Desde las gradas, sí, ese que corría, corría, medio campo, avanzando, casi, ya, y... Se desmoronó. Luego diría que sintió "un hachazo", y lo repetiría varias veces así "sentí un hachazo". Ningún hombre que haya conocido se abstuvo de sufrir las consecuencias del fútbol, todos terminaron magullados.
Devoto declarado del océano, nos convidaba a ir "a lo hondo". Confianza: con él de la mano era imposible tener miedo. Después de depositarnos sanos y salvos en el seno horrorizado de una madre temerosa, regresaba a "las procelosas" (como las llama Dr. Love) y escarbaba con brazadas de horas...
Un cazador experimentado: auscultaba la arena y hallaba almejas ignorantes de un destino fatal en el balde azul. Un frasco de vidrio aguardaba la visita nocturna "una cada uno" susurraba mientras abría la puerta con una fanática en brazos. Es un vicio que no pude sostener, una pasión extrema y asfixiante con los moluscos, que caducó con un incidente hace poco relatado. Pero las cenizas de sus asados persisten. En cada oportunidad le dedicaba plegarias humeantes y caricias perpetuas a chinchulines, vacío, chorizos y otras alimañas, con agilidad de muñeca avezada empalmaba la diminuta pala con el carbón...si me preguntan, el secreto en el arte del asado es el fuego, como en todo buen amor. Cuando estaba listo, la degustadora a su derecha era premiada con los mejores costados, entre crocantes y jugosos. Esos, mis amigos fueron los mejores bocados que probé.
Custodio reservado, me llevaba al colegio secundario y, discretamente, dejaba en la esquina, siempre con plata, que usufructúabamos varios para el almuerzo en el kiosco. Confidente, supo que el que me gustaba me había mandado una apurada carta de amor, se la mostré un sábado por la mañana. Una sola pregunta "¿querés salir conmigo?" Me dijo "¿viste?" la volví a doblar mientras escuchaba un "Le vas a decir que no ¿no?" Al pibe...le dije que sí...qué tanto, mucho compartir, pero elegir es una decisión que se paladea a solas...
Versiones de un tiempo de a dos, nos íbamos conociendo de a poco. El cine trasnoche era ciertamente un requisito negociable "la vemos juntos pero mañana no te quejás cuando te despierto"... y cumplíamos nuestras promesas.
Seguramente deje muchos párrafos afuera pero la confirmación de que la cosa venía en serio fue el tango, con eso me ganó la partida. Nada de cuentos ni juegos, juramentos o regateos. Tango antes de dormir. Se sentaba junto a la cama y esgrimía el repertorio, preferentemente a lo Sosa. En una oportunidad, pergreñó una triquiñuela que le indicaría que su hija no era presa fácil. Cansado del repertorio y quizás para frenar una posible adicción en puerta, decidió comenzar él para luego dejar un cassette con su voz que lo continuara. Todo aparecía según el plan, hasta que se retiró de puntillas y los gritos en si bemol vibraron exigiendo la presencia del autor, no su vil copia magnética...
La cuestión es que Dr. Love tiene un poco de estos dos amores: compañerismo, amigos fervorosos, pasión por "las procelosas", cantos de medianoche, secretos compartidos, placeres culinarios (los primeros mejores bocados del asado, "como con tu papá" remarca, y Electra queda reducida a un mero personaje en el escenario....) y por sobre todo: poder curativo, porque, como mi papá, manejó la delicada arquitectura de saber acariciar las heridas de un amor anterior.

Aclaración: Se han excluído detalles desagradables que podrían opacar este regalo del día del padre...

1 comentario:

Cruella De Vil dijo...

Note to self:
Pa la proSSima exigir, con pataditas en el piso incluidas, asadete by Dr. Love.

Note to self 2:
No debo desmadrar post.
No debo desmadrar post.
No debo desmadrar post.