viernes, mayo 05, 2006

Los vecinos y yo

Haciendo historia, el tema de la vecindad proviene de mi infancia, sí mis amigos, como quieran llamarlo, es una especie de marca que llevo.
En el departamento de mis viejos, a unos pocos años de vida, hicieron su aparición Norma, esposo y Silvana, la hija. Norma perdía constantemente las llaves de su casa ¿Cómo? Se las dejaba adentro, claro. Para recuperarlas, necesitaba un hombre, y su marido trabajando... Entonces contrataba, para la audáz empresa, al verdulero de la esquina, por ejemplo. El hombre tocaba el timbre de mi casa "me manda Norma" ante la mirada azorada de mi familia que lo observaba impávida haciendo el balanceo de mono entre balcón y balcón, para terror y extrañamiento de todos, cuando no era el portero, porque los olvidos no dejaban de recurrir. Yo las creía excusas para encontrar amantes...
Ni hablar de cuando Norma "estaba mal", llamaba a mi madre e íbamos en tropel, al espectáculo años setenta: living con espesa y enrulada alfombra blanca, sillas naranjas de plástico, como las de los Supersónicos, y esas de mimbre, como la película Emmanuel (¿la tienen?). Yo giraba en las sillas tan originales (tan típico de moi a esa edad, girar y me chupa un huevo lo que pasa alrededor). En medio de escenarios tan dignos del "El Graduado", Normita lloraba, mientras fumaba y hablaba sin pausa. Tenía en la muñeca una eterna venda , había sufrido "un accidente", decía, el pelo rubio; desgastado de tanta decoloración y una dulzura que se le escapaba en estertores de voz congestionada por el cigarrillo, irradiaba ese olor mezclado: nicotina y hogar.
Siempre tenía coca cola y mountain dieu en la heladera, bebidas que en mi casa eran sólo para cumpleaños, nos convidaba, presa de nuestra emoción ante el exclusivo brebaje. Para nosotros eran personajes de burlesque, mis padres pensaban otra cosa que no verbalizaban, favorenciendo el libre albedrío de nuestra imaginación sin rótulos. Locura, era una palabra escasa en riqueza para nombrar tamaña diversión e intercambio.
Un día me llamó para que la ayudara, había entrado una paloma en su departamento, se golpeaba contra la ventana, "es un alma", le dijo a mis cortos diez años que consideraron fascinante la experiencia. La ayudamos a salir. Desde el punto de vista de un niño eran detalles de color en la cotidianeidad. Desde punto de vista de mis padres, una rompedera de bolas.
Silvana era más grande que el Pequeño Arbusto y la que suscribe. También tenía percances, se le escapaba el pajarito y había que verlo urgente, volando desorientado en la bilbioteca y ella llorando a más no poder. Yo creía que se emocionaba con la trampa de la libertad (de la jaula a recorrer torpe los anaqueles). Luego se le dió por intentar cazar novios, una fauna siempre en éxodo...
El más nítido recuerdo es el constante timbrazo de Normita y ver cómo, los distintos tipos que conseguía, saltaban en el vacío, de balcón a balcón.

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